08 noviembre 2010

El sacerdote católico sí tiene futuro

Posted by P. Pedro Ayala | 08 noviembre 2010 | Category: |

P. Emilio González Magaña S.J.
El documento que el Santo Padre ha publicado el 18 de octubre pasado presenta un hermoso desafío a quienes se preparan al sacerdocio en todo el mundo. Mientras que muchos siguen siendo aves de mal agüero y vaticinan el fin del sacerdocio católico, el Papa afirma que éste tiene un futuro lleno de esperanza. Pero para ello, es necesario que haya una conciencia lúcida de lo que significa ser sacerdote hoy. No se trata de prepararse al sacerdocio como quien elige una carrera universitaria para sobrevivir o para hacer dinero. Sabemos que la realidad de la Iglesia es otra. El reto para los seminaristas es decidir si quieren formarse para “llevar a Dios a los hombres”, y ante todo para ser “hombres de Dios”. Con el lenguaje del teólogo, Benedicto XVI exhorta a los seminaristas a “aprovechar bien” su tiempo de formación, mediante el estudio de la teología y el crecimiento personal y espiritual.

Ante la tentación de llenarnos de ruidos y cosas superfluas y relativas, nuestro pastor universal menciona los elementos básicos para llegar a ser un buen sacerdote. Recuerda que el sacerdote no podrá jamás cumplir con su misión si no asume que debe “aprender a vivir en contacto permanente con Dios” y a orar en todo momento. La vida del seminarista y del joven religioso debe centrarse en la Eucaristía como “el centro de nuestra relación con Dios y de la configuración de nuestra vida. Celebrarla con participación interior y encontrar de esta manera a Cristo en persona, debe ser el centro de cada una de nuestras jornadas”. Ahora bien, cuando es mucho más fácil improvisar o hacer del sacramento un estilo personal o según la moda, el Papa aclara que “es necesario también que aprendamos a conocer, entender y amar la liturgia de la Iglesia en su expresión concreta. En la liturgia rezamos con los fieles de todos los tiempos: pasado, presente y futuro se suman a un único y gran coro de oración”.

Es interesante cómo se insiste en la centralidad del estudio de la teología y no tanto en las prácticas pastorales de fin de semana que, si no están dentro de un plan diocesano o congregacional, se pueden reducir a un simple empleo de mano de obra barata por parte de algunos párrocos. El papa es claro y directo al decir que la estancia en el seminario es un tiempo de estudio: “Una de las tareas principales de los años de seminario es capacitaros para dar razones de la fe”. E insiste: “Os ruego encarecidamente: estudiad con tesón, aprovechad los años de estudio. No os arrepentiréis”. Reconoce que “a veces las materias de estudio parecen muy lejanas de la vida cristiana real y de la atención pastoral”, pero no hay que caer en el error de “aprender las cosas meramente prácticas, sino de conocer y comprender la estructura interna de la fe en su totalidad”.

Ante los cantos de sirena de las teologías de moda, el Santo Padre menciona la importancia de “conocer a fondo la Sagrada Escritura en su totalidad, en su unidad entre Antiguo y Nuevo Testamento”, así como “conocer a los Padres y los grandes Concilios”, y “las cuestiones esenciales de la teología moral y de la doctrina social de la Iglesia”. Y finalmente, el Papa resalta que es importante “valorar el derecho canónico por su necesidad intrínseca y por su aplicación práctica: una sociedad sin derecho sería una sociedad carente de derechos. El derecho es una condición del amor”. Por otra parte, como ha expresado continuamente y no sólo por el hecho de los escándalos recientes, Benedicto XVI comparte su preocupación por la madurez afectiva y el equilibrio personal, especialmente en cuanto a la vivencia del celibato y la integración de la sexualidad en la propia personalidad.

Obviamente que los seminaristas y jóvenes en formación no podrán seguir las recomendaciones del Papa si no son responsables de su propia formación, primero, con la firme decisión de seguir a Cristo pobre y humilde y, en segundo lugar, si no tienen al lado un equipo de formadores que sean testigos vivos de lo que pide el pastor universal. Hemos visto con tristeza que cuando los formadores se improvisan, lejos de ayudar a los jóvenes, se convierten en un obstáculo para su formación integral. Los jóvenes no se forman con buenas palabras y hermosos planes escritos en el papel. Es imprescindible que sean acompañados por sacerdotes que no tengan miedo a presentar el sacerdocio de Cristo, sin glosas cómodas que un ambiente relajado nos ofrece. Necesitamos formadores que tengan claros los desafíos que presenta la Iglesia y que se atrevan a ser testigos y profetas en un mundo donde todo es relativo, de mangas anchas y con una espiritualidad light.

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