14 enero 2011

Un año de pequeños grandes detalles

Posted by P. Pedro Ayala | 14 enero 2011 | Category: |

P. Emilio González Magaña. S.J.
Deseo muy sinceramente que al haber celebrado las fiestas de fin de año nos hayamos convencido de que lo verdaderamente imperecedero es el amor de Dios, de la familia y de los amigos sinceros. Las Navidades tienen algo entrañable que nos ayuda a olvidar -así sea por pocos días-, las quejas, las rencillas, los resentimientos y los rencores. En tiempo “normal”, nos hace falta sentir que somos significativos para los demás; sin embargo, siempre esperamos que sean los demás quienes tomen la iniciativa. Es un hecho que estamos inmersos en monotonía o las preocupaciones del trabajo, el miedo a la violencia y la inseguridad, pero esto no debería impedirnos disfrutrar los milagros que nos rodean cada día. Dejamos pasar por alto un amanecer, un pájaro que canta, una flor que se abre, el beso de un hijo a sus padres o el abrazo de un amigo, como ejemplos tangibles de esos pequeños grandes detalles que, al sumarse, pueden hacer que nuestra vida sea hermosamente diferente.

Todas las relaciones -familia, matrimonio, noviazgo o amistad- se basan en cosas simples que sólo al hacerlas conscientes, las podemos valorar en su infinita grandeza. Si hay amor verdadero o una fiel amistad, no exigimos que el otro nos demuestre con grandes aspavientos que ocupamos un lugar en su vida; simple y sencillamente agradecemos que se preocupe por nosotros, que nos visite cuando sabe que estamos enfermos, que nos deje sentir que no le somos indiferentes. Quienes no creen en esos pequeños grandes detalles se pasan el tiempo esperando una oportunidad para demostrar de forma heroica su amor por alguien. Lo triste es que mientras esperan esa gran ocasión dejan pasar muchas otras, tal vez modestas pero, sin duda, muy importantes. Solamente cuando hay amor o una amistad sincera comprendemos lo que puede doler que alguien se haya quedado esperando que le devolviéramos una llamada telefónica o contestáramos sus insistentes mensajes de correo electrónico.

Si no cuidamos el amor y la amistad pensamos que no tenemos a nadie en quien confiar y que solamente una demostración grandiosa por parte de los demás, podrá cambiar de la noche a la mañana, una vida miserable por otra llena de dicha. No olvidemos que la verdadera felicidad se construye mediante pequeñeces y detalles que hacen más levadera la rutina cotidiana. El brillo del dinero o una supuesta posición profesional suelen ser cantos de sirena que nos engañan con demasiada facilidad. No es conveniente que desestimemos jamás el poder de las cosas simples: regalar una flor sin tener que esperar a enviar un ramo a una funeraria; mandar una carta o una trajeta, dar una palmada en el hombro, expresar una palabra de consuelo o felicitación y no dejar que el silencio, la pereza o una cómoda apatía nos ganen la partida.

Una forma de constatar la grandeza de Dios es el amor gratuito de la familia y los amigos por lo que es fácil constatar que es en los momentos de mayor alegría o los de profundo dolor, cuando su presencia y apoyo se convierten en el más resistente cemento que une los ladrillos de la más sólida relación, en el triunfo o el fracaso, en la salud o la enfermedad. La flor se marchitará, el viento se llevará las palabras, pero el recuerdo del bien producido será como la huella indeleble de un hierro candente en el corazón de quien las recibió. Dios quiera que los abrazos de felicitación, los brindis y los buenos deseos de las celebraciones de fin de año no se queden en recuerdos de un pasado que no volverá jamás. Este año recién estrenado puede ser la oportunidad para que nos decidamos a escribir esa carta, a hacer esa visita tantas veces pospuesta, a hacer una llamada telefónica, decir un “gracias” o un “te quiero” en un simple correo electrónico. No esperemos otras fiestas de fin de año pues en las relaciones significativas no hay cosas pequeñas, únicamente existen las que se hicieron y las que se quedaron en buenas intenciones.

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