15 octubre 2011

Cambiando de agenda y de piel

Posted by P. Pedro Ayala | 15 octubre 2011 | Category: |

P. Emilio González Magaña. S.I.
Necesitaba algunas cosas de la papelería y fui a la “cartoleria” de  mi amigo Simone, un simpático italiano que me reconcilia con los habitantes de Roma por su sencillez y amabilidad.  Con su mejor sonrisa me dijo “padre, ya le tengo su agenda del próximo año”, casi como esperando que lo recompensara por su eficacia y disponibilidad. Habitualmente, no suelo comenzar a anotar los compromisos del año siguiente en el mes de octubre, sin embargo, pensé que era un buen momento para poner al día el directorio y el elenco de teléfonos que pedían a agritos una actualización. Nunca me imaginé que recibiría un impacto tan fuerte y un dolor tan grande cuando asumí  la realidad de que muchos de mis amigos ya han muerto; con otros he perdido el contacto e, incluso – lo digo con tristeza -se perdió la amistad. En el momento que llegué a la “G” o a la “M” de mis apellidos, las lágrimas aparecieron a torrentes pues me hicieron recordar la ausencia de tantos seres queridos que se me han adelantado y de quienes ya no pondré al día sus datos.

Casi con furia, desempaqué las agendas acumuladas durante muchos años y me percaté que las había conservado como si custodiara el valioso tesoro de un pasado que no volverá jamás. Recordé rostros, escuché voces y simulé que hablaba con muchos de ellos para ponernos al tanto de nuestra vida y sentirlos mi lado, como antes. ¡Qué hermosa sensación! ¡Qué angustiante realidad cuando quieres beber sus palabras, pedirles perdón o, simplemente, confiar que nos encontraremos nuevamente! Para quienes han muerto, no necesito actualizar sus direcciones en mi agenda porque están a mi lado y no preciso enviarles una carta o hacerles una llamada. Una hiriente sensación de pérdida me hizo sentir el paso de los años y caer como en un torbellino hacia el pasado que no vuelve y me ha hecho lo que soy y como soy.  ¿Qué fue de aquél compañero de la universidad? ¿En dónde quedaron quienes una vez me acompañaron en los sueños de jóvenes que queríamos cambiar el mundo? ¿Por qué si una vez dije que nunca olvidaría su amistad, ahora solo experimento una indiferencia fría?

Quizás sea el precio que debo pagar por desear ser fiel a mi vocación, cuando, obediente, he debido mudarme de tantos sitios y dejar atrás tantas personas. Pero, qué alto es el costo que me lleva a tener el corazón cargado de nombres y entender que se ha ido quedando embarrado en muchos pueblos, en diferentes rostros, inmerso en historias compartidas  y un sinfín de despedidas. Muchas veces he querido visitar a tantos que me hicieron sentir parte de su vida, pero ¡es tan difícil cuando estoy tan limitado por la distancia y por el tiempo! Por otra parte, no es menos doloroso advertir que otros nombres ya nada te dicen. No hay ni dolor, ni ausencia, ni nada… Y no es que aquella relación haya sido una falacia sino que todos vamos cambiando, a veces para bien; en otras ocasiones me parece que los años no pasan en vano y, cuando más viejo me voy haciendo, me cuesta más seguir buscando, tocar a la puerta y al corazón de quienes no quieren saber más de ti. ¿Cómo vencer la reticencia de hacer una llamada si soy consciente de que no obtendré respuesta? Cuánta verdad encierra la frase de que “lo difícil no es empezar sino volver a empezar”.

No obstante, mientras reconstruía mi directorio, también experimenté un gozo enorme porque, al ir escribiendo, entré en contacto con mucha gente querida y lloré de alegría por su cariño, por  su amistad, por su fidelidad. Ellos han sido testigos de mi vida, de mis logros y fracasos,  de la risa y el llanto, de la soledad y la plenitud; por ellos, agradezco la esperanza de infinitos ideales aún por estrenar. Y no puedo sino agradecer a Dios por su cercanía, por la certeza de su amor y amistad, por la vida vivida, por las caídas y traiciones, por la envidia y el reconocimiento… por todo. Y así como estoy cambiando mi agenda, me gustaría poder cambiar de piel para rechazar todo tipo de negatividad, desaliento y bendecir a Dios por mis padres, mis hermanos, mi familia toda y todos mis amigos. Y con el paso de los años,  me siento más orgulloso de la vocación que Dios me ha dado y lo bendigo por todos los nombres que llevo en el corazón, incluso por aquellos que me han dejado alguna cicatriz. Y lo alabo porque me ha hecho entender que, si vivo dentro de algunos años, me reiré de lo que ahora me hace sufrir y, una vez más, estaré dispuesto a actualizar la agenda de mis años y permitir que entren otras amistades y disfrutarlas plenamente porque ellas me ayudarán a vivir lo que un día prometí delante de Dios, de mis padres  y de quienes se han atrevido a seguir siendo mis amigos a pesar de todo, a pesar de mí mismo.

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