El tema que la Comisión Episcopal de Vocaciones y Ministerios de la Conferencia Episcopal Portuguesa eligió para su Reunión Nacional fue el de “Seminario, escuela de los discípulos de Cristo y de hermanos en el Presbiterio”. Además de S. E., Mons. António Francisco dos Santos, Obispo de Aveiro y Presidente de la Comisión, también estuvieron presentes durante toda la Asamblea S. E. Mons. Jacinto Botelho, Obispo de Lamego y S. E., Mons. António de Sousa Braga, Obispo de Angra, la Diócesis anfitriona en la Isla Terceira del Archipiélago de Las Azores. Gracias a la excelente organización de la Diócesis de Angra, las sesiones de estudio se pudieron vivir en un ambiente verdaderamente fraterno y una disposición continua a la oración y el discernimiento para poder descubrir y asumir las actitudes de los formadores que impiden que los seminaristas se formen en el deseo de que Jesucristo sea el único centro de su vida para que vocación sea de un servicio real al pueblo de Dios.

Por lo que se refiere al análisis del estado de la formación espiritual, los sesenta formadores presentes reconocieron que en la actualidad, un número considerable de los jóvenes que aspiran al sacerdocio carece de una sólida formación cristiana y de una auténtica vivencia de su realidad bautismal. Muchas veces provienen de movimientos eclesiales que favorecieron una primera conversión y que vienen con buena voluntad. Pero todo esto no basta sino que es necesario aceptar la necesidad de que el seminario y las casas de formación religiosa ofrezcan una iniciación kerigmática, a través de la cual los candidatos al sacerdocio puedan vivir con gozo el don del encuentro con Jesucristo y logren convertirse en auténticos discípulos misioneros que respondan a la vocación recibida. La vida en el seminario debe estar dirigida a formar en el sacerdote un profundo amor por el sacramento de la Eucaristía, que ha de constituir siempre el centro y el eje de toda su vida y su actividad, y la fuente de donde brote su fuerza de discípulo misionero.

Ante todo esto, se debe fomentar una actitud de gran reverencia y amor hacia el Santísimo Sacramento, que constituya un testimonio vivo de su vida interior y no permita que con el tiempo, el sacerdote caiga en el error de abandonar la oración o reducirla a una simple repetición de fórmulas aprendidas de memoria. Se concluyó que es urgente fomentar en cada futuro sacerdote un profundo amor y una experiencia personal del misterio de Cristo celebrado en los diversos actos litúrgicos de la Iglesia, sin caer en fundamentalismos o en ceremonias vacías del verdadero sentido de lo sagrado. La formación espiritual del seminarista ha de tener como uno de sus principales objetivos, de manera concreta y directa, la vivencia auténtica y la práctica de la caridad pastoral y el servicio al prójimo, suscitando en él la experiencia de la comunión con Dios, que se extiende, de manera natural, hacia la búsqueda de la comunión con los hermanos. Por ello, la vida comunitaria y el ambiente que se respira en el seminario deben propiciar en el futuro sacerdote una actitud de permanente contacto y apertura a la presencia de la Santísima Trinidad. 

Unánimemente, se reconoció que para que el seminarista pueda discernir con claridad su vocación al sacerdocio ministerial, es urgente que el seminario y las casas de formación religiosa faciliten y exijan una dirección espiritual confiable, transparente, constante, unida a la frecuente celebración del sacramento de la Reconciliación, ofrecidas por sacerdotes bien formados. Al mismo tiempo, el candidato al sacerdocio ha de adquirir la capacidad y el hábito de buscar momentos de diálogo íntimo y personal con Dios de modo tal que aprendan a desarrollar una armonía enriquecedora entre la oración litúrgica o comunitaria y su vida de oración personal y discernimiento.