11 febrero 2011

Jóvenes computarizados e internetizados

Posted by P. Pedro Ayala | 11 febrero 2011 | Category: |

P. Emilio González Magaña S.J. 
En diversos foros el Santo Padre ha advertido su preocupación por la “emergencia educativa” en la que nos encontramos. El fenómeno es generalizado pero afecta, fundamentalmente, a nuestros jóvenes quienes se muestran cada vez más reticentes a vivir los valores fundamentales de la existencia humana. Las familias, las instituciones educativas e, incluso la Iglesia y sus casas de formación al sacerdocio constatan que hoy es sumamente difícil educar y formar en su más amplio y profundo significado. Hoy por hoy, todo es relativo y cada quien pretende vivir desde lo que considera personalmente atractivo y cómodo; que no implique un esfuerzo adicional y que sea fácilmente negociable. No hay cabida a la ascesis, al sacrificio, a lo trascendente. Pareciera que todo debiera estar hecho a la medida de lo que gusta y satisface. Siguiendo el ejemplo de una sociedad secularizada y relativista, los jóvenes se han vuelto expertos “navegadores” en el mundo del internet y la informática con todas sus ambiguas oportunidades y peligros.

Un rasgo característico de las nuevas generaciones es su marcado inmanentismo antropológico que les lleva a reivindicar el ámbito de lo privado y todo lo que les dé una satisfacción personal e intimista aun cuando ésta sea momentánea. Reivindican, asimismo, su deseo de lo que suponen es su derecho a la libertad. Vemos con tristeza cómo ante una sociedad incapaz de presentarles modelos que les apasionen, el deseo a la subjetividad se transforma en subjetivismo y su ansia de libertad se vuelve simple arbitrio. Los riesgos son obvios: nos encontramos ante jóvenes encerrados en sí mismos o en su pequeño grupo de referencia, generalmente anónimo o ficticio al que pueden acceder con las redes sociales y los medios cada día más populares del dominio electrónico. Exploran experiencias inmediatamente gratificantes por lo que se convierten en presa fácil de la idolatría del propio instinto y del deseo individualista que tiene como único fin la satisfacción efímera e irreflexiva que no implique ningún tipo de responsabilidad.

Juegan a la comunicación, cuando en realidad “conversan” con personas cuyos perfiles suelen ser falsificados, identidades ocultas, personajes anónimos. Consciente de que no podemos ignorar la importancia de las redes sociales, el Santo Padre, en el mensaje para la 45ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales que se dio a conocer el pasado 24 de enero, día de San Francisco de Sales, manifestó su deseo de “invitar a los cristianos a unirse con confianza y creatividad responsable a la red de relaciones que la era digital ha hecho posible, no simplemente para satisfacer el deseo de estar presentes, sino porque esta red es parte integrante de la vida humana”. El Papa conoce bien los riesgos del uso y abuso de estas redes sociales que están favoreciendo la fragmentación de las personas a todos los niveles pero que en los jóvenes presenta datos alarmantes: caída de los ideales hasta llegar a niveles de un conformismo hiriente. Jóvenes con mucha información pero poca formación, con una voluntad frágil e incapaz de asumir compromisos de por vida, con severas deficiencias afectivas que les dificultan gozar de amistades verdaderas.

Nuestros jóvenes son computarizados, internetizados, celularizados; viven bombardeados por millones de mensajes, la mayoría de las veces contradictorios y que no son capaces de asimilar. Cuando sus padres no se preocupan por ellos, no conocen a buenos educadores o a sacerdotes que les ayuden a hacer una buena síntesis y puedan elegir modelos alternativos válidos, no es de extrañar que los jóvenes presenten personalidades fragmentadas e inmaduras. Es un hecho que la famosa World Wide Web ofrece oportunidades casi infinitas de información, pero también es innegable que proporciona un fácil acceso a sitios pornográficos. En muchos casos, las redes sociales favorecen la interacción impersonal y aun falsa, los “chats”, aparentemente inocentes e inocuos, obsesionan a los jóvenes en sus deseos de “comunicarse”, de “conversar”, de “compartir soledades” y los exponen a contactar redes de prostitución y tráfico de drogas. A cambio, reciben una aparente felicidad, una relación fantasiosa y una inversión en tiempo que, paulatinamente, los aleja del mundo real, de su familia, de sus amigos y entonces el peligro es más inminente.

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