20 febrero 2011

Un testimonio sacerdotal débil

Posted by P. Pedro Ayala | 20 febrero 2011 | Category: |

P. Emilio González Magaña. S.J.

El jueves 10 de febrero se dio a conocer el mensaje del Papa Benedicto XVI para la XLVIII Jornada Mundial de las Vocaciones, que se celebrará el domingo 15 de mayo. Su Santidad nos invita a reflexionar sobre el tema: Proponer las vocaciones en la Iglesia local. Preocupado  por la crisis vocacional evidente en diversos ámbitos eclesiales ha reconocido uno de los puntos más conflictivos al que se enfrenta la promoción vocacional en nuestros días. Y lo ha dicho sin rodeos: «A los sacerdotes les recomiendo que sean capaces de dar testimonio de comunión con el Obispo y con los demás hermanos, para garantizar el humus vital a los nuevos brotes de vocaciones sacerdotales». Es necesario reconocer que estamos ante una realidad sumamente complicada que no podemos -ni debemos- soslayar. En primer lugar, el tipo de testimonio de vida que los sacerdotes estamos proyectando y, en segundo término, la problemática que enfrentamos ante una determinada forma de ser de los jóvenes en el presente cambio de época.

Es un hecho que nuestro testimonio de vida puede ayudar u obstaculizar que los jóvenes se animen a seguir al Señor desde el sacerdocio o la vida religiosa. Según una investigación del Centro Nacional de Vocaciones de la Conferencia Episcopal Italiana que he podido constatar por la naturaleza de mi misión en los medios de formación de formadores al sacerdocio, en ámbitos muy diversos de la sociedad, el sacerdote es percibido como una persona insatisfecha, triste, desilusionada y aun amargada. Se afirma que no perdemos oportunidad para criticar y descalificar a quienes no son como nosotros o piensan de forma diferente. Son muchos los que opinan que trasmitimos insatisfacción y aun depresión en la forma como nos presentamos ante los demás: siempre cansados o de mal humor, con múltiples compromisos sociales –generalmente con los más ricos-, inmersos en un frenético activismo que nos desgasta y empobrece al no dedicar tiempo para orar, meditar, discernir y, mucho menos leer, actualizarnos y prepararnos para un mejor servicio. 
 

No hemos sabido desarrollar una sana actitud de formación permanente como la capacidad de perfeccionar la docibilitas, es decir, el hábito de aprender a aprender. Con enorme arrogancia, pretendemos que lo conocemos todo, que somos expertos en todo y, obviamente, nos resistimos a una formación continua. Otra situación que nos aleja de los jóvenes está íntimamente relacionada con el modo como realizamos un ministerio monótono con dejos de un sufrimiento que no siempre está relacionado con nuestra afectividad; tampoco con el aspecto sexual como se ha hecho creer, sobre todo por los medios masivos de comunicación. Algunos se abandonan en un cruel aislamiento al creer que lo que hacen no es importante y, mucho menos, significativo para los demás. Se contagia retraimiento, pusilanimidad, sin sentido y fracaso pastoral. Es posible que hagamos muchas cosas pero, en el fondo, a los demás no les interesa lo que hacemos; probablemente nos soportan pero no les llama la atención ni cómo trabajamos ni lo que proponemos.

Finalmente -se señala-, es común la imagen del sacerdote que vive “cuesta arriba” como cargando un pesado lastre. Esto se acentúa aún más ante la amenaza de una especie de “soledad social” que no tiene nada que ver con no tener una familia o amigos sino con la ironía hiriente de estar solos en medio de una multitud al advertir que no hay una auténtica fraternidad sacerdotal. No es raro sufrir  los efectos de la rivalidad entre diversos grupos antagónicos en los que se fomenta la envidia y la división. Tampoco es agradable admitir que somos criticados y criticamos con una extraordinaria superficialidad que nos destruye porque no tenemos el valor de hablar honesta y directamente. Los grupos ideológicos, generalmente de poder, hacen presa fácil de una frágil fraternidad sacerdotal y se encarnizan con quienes, fieles a sus convicciones, no están dispuestos a transigir, a sabiendas de que el precio a pagar será el congelamiento grupal y aun diocesano y/o congregacional. Si esta percepción coincidiese con la realidad, con un testimonio sacerdotal “así”, será sumamente difícil promover y cuidar las vocaciones sacerdotales y religiosas.

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